Yerba
- mareaviva
- 15 may 2016
- 3 Min. de lectura
La yerba y la seguidilla de días incontables e interminables interrumpidos únicamente por la ida al supermercado para una nueva provisión se volvieron una rutina lejana para nuestra vida viajera en tierras extranjeras.
El caminar por tierras uruguayas fue una alabanza al mate, especialmente en Montevideo, la capital del país, que es diametralmente lo opuesto a la capital argentina. Termo y mate van naturalmente debajo del brazo y la larguísima rambla que bordea la ciudad junto a los parques son los escenarios de esta costumbre rioplatense. La costumbre no se ve únicamente en estas calles. En Piriápolis y a lo largo de la costa de oro el mate está siempre presente. Argentinos y uruguayos nos mezclamos y hermanamos con esta costumbre. ¿Cómo distinguir la nacionalidad del mateador? Por la bombilla: la uruguaya tiene forma curva y es más larga. También por el acto en sí: es muy difícil que un uruguayo te convide mate, al contrario de un argentino que le ofrece mate hasta a quien no conoce. De hecho en la rambla montevidiana he visto tres amigos conversando cada uno con su mate y con su termo. En Uruguay es, lógicamente, muy fácil conseguir yerba, por supuesto también mate y bombilla, no así agua caliente (en Argentina esto es diferente, tal vez te cobran, pero te llenan el termo con agua calentita). Cruzando la frontera Uruguay-Brasil la lengua cambia progresivamente y la costumbre matera muta solo un poco: aquí el mate se llama chimarrão y es tan grande que parece un trofeo. La yerba brasilera se llama erva y es polvo sin palo y de color verde fosforescente.
El último paquete que compramos fue en Ingleses, Florianópolis. Primera vez que compro un paquete de 1 kilo de yerba; sin embargo la situación lo requería ya que en pocos días salíamos para Paraty en el estado de Río de Janeiro y dudaba conseguir yerba fácilmente. Debo admitir que entre la marca argentina Taragüí y el paquete amarillo de Canarias opté por la segunda, no sólo en relación al precio que era de casi la mitad, sino también por su gusto menos fuerte (aunque muchos uruguayos que nos cruzamos dijeron tomar la Canaritas por ser menos intensa). Recuerdo antes de esto habernos quedado sin yerba y andar caminando por la playa de Rosa, al sur de Brasil, y que dos mujeres nos regalaran yerba en una bolsita como quien entrega un tesoro.
Nuestro tesoro verde. Nuestra costumbre de compartir y conversar. Nuestro momento a solas con nosotrxs mismxs.
Ahora aquí en Paraty los mates que aparecen son de visitas argentinas. Hace un tiempito un Cordobés que estaba de pasada además de convidarnos unos mates nos regaló un fernet y un paquete de yerba. Y así volvieron las mediamañanas de mateada y duraron lo que duró el paquete. Incluso en nuestra casa tenemos casa porque la inquilina anterior era argentina.
Como viajeros llevar el mate a donde vayamos es llevar una de las costumbres más fuertes de nuestra tierra. No tiene nada que ver con ser nacionalista, defender banderas o fronteras impuestas. Es rememorar las costumbres de pueblos que las trascienden, es llevar conmigo los perfumes y los cielos de esta tierra en la que me tocó nacer y crecer. Es compartir esa agüita calentita, esa frase de mamá de la infancia cuando me daba la señal de que ya podía tomar mate porque estaba “frío y lavado”. Es ver a mis abuelos por la mañana recostados sobre el respaldo de la cama escuchando la radio, leyendo el diario y cebando mate. Es ver a mi tía cebando mate en ronda en el patio de la casa de mis abuelos; son charlas con amigos de mate amargo, mates dulces de tardes de facultad. En mate de latita, en mate de porongo, de palosanto, de calabaza, de boca ancha, de boca angosta, con soporte de metal, de cuero, con bombilla de caña, de plata… o simplemente un vaso con yerba, una bombilla y agua calentita.
Una pregunta que en nuestro viaje escuché varias veces provenir de la boca de otros viajeros-materos. ¿Tienen yerba todavía?
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