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 ENTRADAS RECIENTES

Cabo Polonio, un pueblo mágico entre las dunas, el faro y el mar

  • Texto & Fotos MAREAVIVA
  • 30 dic 2015
  • 4 Min. de lectura

Para ingresar al Parque Nacional de Cabo Polonio hay dos opciones. La primera opción y más conocida son los camiones 4x4 que atraviesan las dunas de bosques y arena que separan los kilómetros que aíslan al Cabo de la ruta costera nº 9. Este recorrido está a cargo de una cooperativa y uno de los choferes es el Canario, un personaje local del pueblo que vive en el lindero Valizas. Es desde allí donde existe un camino alternativo y casi secreto para acceder al Polonio: una travesía de aproximadamente dos horas entre dunas y piedras, con vista al campo y al mar que tiene un encanto propio. Don Veigas, oriundo de Valizas, nos cruza en su balsa por el canal que conecta el arroyo –de mismo nombre que el pueblo- con el mar, tal como ha hecho con tantos otros viajeros en estos 34 años que lleva adelante su oficio. Sus ojos azules miran al frente, donde el cerro Buena Vista se levanta como una ola. Esta semejanza encuentra su razón no solo en la fisonomía sino también en el movimiento: las dunas son un sistema que muta, se levanta, se desplaza, llegando a destruir casas por el paso de la arena que las traga como si fuera una ola de mar. Este ciclo natural se ve afectado por las forestaciones de bosques que contienen la arena y no la dejan circular. Arriba de las dunas somos pequeños seres en un desierto que miran al gigante indio dormido con un águila susurrándole, figuras que se forman con las piedras que dan al mar. Debido a los islotes rocosos esta es una zona de muchos naufragios por lo que pueden encontrarse partes de galeones y barcos escondidos en la arena. Sobre el cerro Buena Vista la visual es de trescientos sesenta grados; al bajar bordeamos la bahía y ya se ve al horizonte el faro de Cabo Polonio.



Este aislamiento geográfico natural deviene en la falta de luz eléctrica. Es así que ni las calles, casas ni locales (solo la escuela y el faro tienen luz eléctrica) son iluminadas mediante la electricidad común sino que, cuando el sol cae, la escasa luz proviene de velas o de electricidad a 12 voltios que es generada por paneles solares. Es por eso que este pueblo es una mistura tan fascinante de paisaje natural, austeridad, calma, naturaleza y costumbres alternativas a la que cualquier pueblo costero y turístico puede ofrecer, ya que la gastronomía y hotelería se adaptan a esta condición y por sobre todo, es en esta ausencia de luz eléctrica que las estrellas y la luna sobre el mar imprimen sus colores plateados como la plata se imprime en el negativo fotográfico. Mar abierto con siluetas de barcos reposando en la arena recortadas sobre el fondo o barquitos de colores que salen del agua al mediodía luego de haber madrugado junto a los peces y las gaviotas mar adentro. En vísperas de navidad, mientras bebíamos la noche polonesa en la orilla del mar, presenciamos a los hombres de mar devolviendo a La Juana y a La Nena, las barcas que habían pernoctado mar adentro. En la noche de navidad la luna llena subió por un cielo rosado llena, inundó al Polonio con su brillo y su redondez, bajó y entró por la ventana y se sentó con nosotros a beber un vino tinto. La vimos reflejar su encanto en las ondas tranquilas del mar que a medianoche ya era una masa oscura como una plastilina.






El Cabo Polonio no tiene cuadras: las casitas se acomodan como quieren y pueden sobre las lomas verdes o sobre las rocas. Los jardines son libres y de todos, ya que son pocos los que delimitan su espacio con alambrados, de manera que el caminar nuestro se dibuja sobre los pocos senderos de huella y sobre los pastos comunes que llevan a encontrarse con simpáticas casitas de colores y madera. Estas construcciones propias del ala norte del cabo son austeras y simples, rústicas pero con el calor de los colores y con los detalles propios de quienes las habitan, improntas que cada uno deja para apropiarse de un espacio para todos. La playa sur, extensa arena que se encuentra paulatinamente con el mar y que hace de pista de los camiones 4x4, tiene una construcción mediterránea. Son casas de cemento, blancas, sutiles y simples que reflejan tranquilidad y armonía. Sobre las rocas de la punta del cabo hay un reservorio de lobos marinos: son los habitantes del faro que entran al jugar al mar y salen para retozar al calor del sol y las piedras. El mar arrulla de día pero sobre todo en la tranquilidad de las noches que dormimos en una posada que parece un barco amarrado. Su ir y venir con fuerza se guarda el secreto que tiene para nosotros. Durante las noches el faro nos ilumina cada trece segundos. Estamos arriba de las rocas viendo el rosado atardecer cuando vemos, a una lejanía cercana, al autor de la canción (y disco) Doce segundos de oscuridad tomar su guitarra y sentarse junto a su familia, entre el faro y el mar. El cantautor uruguayo Jorge Drexler en uno de los momentos más íntimos y naturales, perdido y encontrado entre las rocas y las últimas luces del día.




Los cielos grises, el viento, el frio… la tormenta de mar sorprende al Polonio. Todos adentro de sus casas, calentitos, tomando un café, comiendo cosas ricas, viendo la tempestad suceder. Una siesta debajo de mantas, con el mar de fondo. Despertamos por las voces que gritan ¡Se fue! ¡Se fue! La lluvia se fue y la gente sale de sus casas; como hipnotizada va al mar a ver el rojo atardecer de fuego que baja sobre la playa sur. Esta tarde, más que cualquier día, sentimos que el pueblo es como una feria que está esperando que llegue el circo.

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