Planeta Cumbrecita Hostel, Casa de montaña para viajeros
- mareaviva
- 14 oct 2015
- 3 Min. de lectura

Entre mates en medio de la nube de llovizna charlamos con Mauro Godoy, dueño del Hostel de Cumbrecita que lleva cinco años generando un espacio de reunión de viajeros para los que la posibilidad de encontrarse con espíritus semejantes suma más que un sommier o muchos cubiertos. El tiempo transcurre entre almuerzos compartidos, un despertar en la tranquilidad de la montaña y una caminata por el bosque. Luego la simpleza de una ducha de agua caliente con vista a la huerta del jardín .

“La huerta es el psicólogo del hostel-dice Mauro. Si los vemos que vienen muy graves lo llevamos a la huerta y nos sentamos en el tronquito a mirar la Cuesta del Conejo”. El balcón con vista a las canchas de tenis es el punto de reunión por excelencia. “No creo que haya pasado tanta gente como en estos metros cuadrados, ni siquiera en el baño de El Cañizo (bar anterior al actual Resto Lanegra) -bromea La Bruja. Mauro calcula las baldosas: ¿cuánto es? ¿5 x2? 10 metros cuadrados. Yo he visto pasar mucha gente por acá y gente muy linda. No tengo recuerdos malos de estar sentado en este lugar. El clima va cambiando, un día de lluvia, otro de sol, pero siempre gente linda.
El chascomucence, hacía diez años que vivía en Capital Federal, hasta que decidió hacer un cambio de rumbo. Un día después de su cumpleaños número veintinueve, llegó a Cumbrecita por un amigo que había conocido en un viaje a Uruguay, y aunque la intención era conocer también otros lugares de Córdoba antes de instalarse, la magia cumbrecitana lo atrapó. Un mes después abrió el Hostel con una sociedad de tres casi desconocidos. Un arriesgarse más:

“Nosotros decíamos que cuando arrancamos era como tener un Ferrari y ponerle nafta común. Mirá lo que es este mostro. Es un juego. Vas de a poco y lo vas haciendo mientras va pasando. Mi casa era como ahora el hostel pero en Buenos Aires. Estaban todos mi amigos, tenían llave de mi casa y yo llegaba y ya había tres o cuatro.” Treinta plazas en seis habitaciones con baño privado y una sola con baño compartido. La planta alta es mucho más familiar con una cocinita independiente; en el piso del medio está el living y la cocina de batalla y en planta baja otras compartidas y el Bunker, donde se queda la gente que trabaja acá, que vive o que no puede pagar una habitación y acepta quedarse en un lugar con menos lujos, el colchón más finito, quizás un poco de humedad -cuenta Mauro.
El edificio pertenece al Hotel Las Verbenas, la segunda construcción hotelera luego del Hotel La Cumbrecita, las cuales albergaron familiares y amigos de la familia Cabjolsky, quienes fundaron este pueblo alpino en 1937. Llegados de Alemania diseñaron este paraje plantando pinos, importando sus costumbres y estética: “el europeo desde su lugar y el serrano desde el suyo, que seguramente debía ser más mano de obra: martillo, pico y pala –relata Mauro. Hoy en día se ha creado una nueva identidad. Son alrededor de mil habitantes residentes, “una sociedad muy chica que está bastante dividida entre los criollos, los europeos y nosotros, como nos sabemos llamar los refugiados –cuenta Mauro que llegó para quedarse hace cinco años- los que vinimos de afuera y conocemos el afuera y el adentro y somos un grupo de amigos”.
Emmanuel y Mauro son amigos desde el arranque. “Al principio de un cambio te da miedo de decir que voy a hacer a donde voy con quien voy más que nada con quien. Me voy a un lugar lindo y estoy solo y no sirve de nada. Me acuerdo que justo ese fin de semana que llegué vos organizabas una muestra de cine y fue todo un encanto llegar un pueblo encantado, gente copada, muestra de cine, pueblo peatonal… ya está. Los llame a mis amigos y les dije voy a seguir viendo pero ya les digo que la onda es Cumbrecita”.

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